BATALLA DE COLONNA (985)

Ejércitos Germano y Árabe.
Tras haber pasado casi cinco meses en Apulia Otón II condujo su ejército en dirección a Calabria y tras atravesar el Crati fue en busca del ejército árabe. Las noticias de la aparición del ejército Germano llegaron en mayo a Abul Kassim que procedió de inmediato a proclamar la yihad y se apresuró a remontar la costa de Calabria con todas sus tropas para hacer frente al enemigo. Otón mientras tanto, tras haber dejado en Rossano a Teófano con el obispo Dietrich de Metz y el tesoro imperial, avanzó hacia el sur y derrotó a la vanguardia árabe en las cercanías de Crotona obligándoles a replegarse. Pocos días antes, posiblemente en el puerto de Tarento, había entrado en conversaciones con los protokaraboi de dos grandes chelandia armados con fuego griego que allí habían recalado. Otón carecía de medios navales de reconocimiento y convenció a aquellos para que zarpasen en busca de noticias del enemigo. Pronto los marinos le informaron de que el ejército musulmán se retiraba a toda prisa, lo que produjo en el joven monarca el deseo de partir de inmediato con sus tropas más escogidas en persecución de los fugitivos. Dejando atrás toda la impedimenta las tropas avanzaron a marchas forzadas hasta alcanzar en la mañana del 13 de julio a las avanzadillas del ejército de Abul Kassim. Viéndolos de lejos y desconocedor de las tácticas de su rival Otón creyó enfrentarse a tropas muy escasas y dio de inmediato la orden de ataque. Lo que parecía una escaramuza en la playa cercana al Cabo Colonna se convirtió pronto en una batalla generalizada debido a un conocimiento muy deficiente de las posiciones que ocupaba su enemigo. Creyendo tener enfrente sólo a una pequeña parte del ejército árabe Otón se lanzó al ataque al frente de sus tropas. Abul Kassim detuvo la marcha para revolverse y hacer frente a la masa de atacantes y dispuso a sus hombres para formar una barrera al borde del mar. En un clima de febril exaltación religiosa muchos guerreros germánicos hicieron sus testamentos en frente de sus camaradas antes de lanzarse a la carga. Tras ello partieron al encuentro del enemigo. En un terrible choque cuerpo a cuerpo ambos bandos se batieron con igual fiereza hasta que una carga por el centro logró romper la línea árabe y llegar hasta los estandartes del emir. Una cruenta pugna tuvo lugar alrededor de las insignias que finalizó con la muerte de todos los árabes que allí combatían, entre los que se encontraba el propio Abul Kassim, derribado por un golpe mortal en la cabeza. El sacrificio de este valeroso grupo permitió que el resto del ejército árabe pudiera reagruparse y volver a la lucha aunque la noticia de la muerte de su jefe hizo cundir el desaliento entre las filas y provocó su retirada desordenada bajo los golpes de los caballeros alemanes. Otón se creyó vencedor de la jornada y queriendo aprovechar el impulso ordenó a sus agotados hombres que emprendieran de inmediato la persecución de los fugitivos. El combate había tenido lugar en medio del calor sofocante de mediados de julio, en condiciones muy duras para hombres pesadamente acorazados y poco acostumbrados a soportar ese clima ardiente. A pesar de ello el ejército cristiano se lanzó a la persecución a través de caminos difíciles bordeados por el mar a su izquierda y escarpadas montañas a su derecha en un terreno salpicado de torrentes y muy propicio para las emboscadas. Era la ocasión que esperaban sus enemigos, muy acostumbrados a ese tipo de guerra y ardiendo en deseos de venganza. Agrupados en las alturas observaron como los cristianos se desorganizaban en su apresurada persecución y se prepararon para dar el contragolpe decisivo esperando el momento propicio. Este llegó cuando divisaron al propio Otón que se había adelantado imprudentemente con algunos caballeros en persecución de un grupo de jinetes que huían por la orilla. De repente surgieron árabes por todas partes que se abalanzaron desde las alturas con fieros rugidos y el ejército germano se vio asaltado súbitamente por tres lados y obligado a combatir de espaldas a la costa. El combate se convirtió muy pronto en una carnicería en la que los cristianos debieron elegir morir por la espada o arrojarse al mar. Esta lucha sin piedad duró hasta la noche, momento en el que muchos murieron sin saberlo a manos de sus camaradas en medio de la terrible confusión. La lista de los magnates y señores principales caídos era escalofriante. En la batalla perecieron Ricardo, el portador de la lanza del emperador, el conde Otón, jefe de los guerreros francos, los margraves Bertoldo y Gunther de Misnia, los condes Tietmar, Bezelin, Gebard, Ezelin, Burcardo, Dedi, Conrado, Irmfrido, Arnoldo e innumerables guerreros y caballeros menores. Por su parte la iglesia perdió al obispo Enrique de Augsburgo y al abad Werner de Fulda entre otros muchos de los que, como dijo el cronista Tietmar de Merseburgo “sólo Dios sabe el nombre”. Otro contemporáneo se lamentaba amargamente: “Allí pereció bajo la espada de los infieles la flor de la patria, el ornamento de la rubia Germania, la juventud tan querida para el emperador, que debió asistir a la masacre del pueblo de Dios bajo la espada de los sarracenos, la gloria de la cristiandad hollada bajo los pies de los paganos.” También los señores lombardos tuvieron que lamentar sensibles pérdidas por su alianza con el emperador pues en la batalla cayeron Landulfo, príncipe de Capua, hijo mayor de Pandolfo I y otro hijo de éste, Atenulfo además de sus sobrinos Ingulfo, Vadiperto, Guido de Sessa y el marqués Trasamundo de Tuscia. Los supervivientes no encontraron alivio a sus sufrimientos tras la batalla. El tórrido calor y la sed hicieron perecer a muchos de los agotados fugitivos y muchos más fueron hechos prisioneros para ser llevados atados y desnudos a la venta como esclavos en los mercados de Palermo, Mahdia y Cairo.Entre los supervivientes se encontraba el propio emperador que pudo escapar milagrosamente con vida. Rodeado de enemigos consiguió romper el cerco y huir seguido por su sobrino Otón, el duque de Baviera. Mientras cabalgaba a rienda suelta por la costa divisó a poca distancia dos embarcaciones. Se trataba de los dos chelandia con cuyos capitanes había estado en contacto pocos días antes. En ese momento su agotado caballo se detuvo negándose a seguir adelante. Un judío de nombre Calónimo que le seguía desmontó y le ofreció su montura a la que Otón subió de un salto para seguir cabalgando hacia el mar. Lanzándo su caballo en medio de las olas pidió a gritos a la tripulación del navío más cercano que le salvasen de los perseguidores que ya se acercaban pero el navío se alejó sin detenerse. Desesperado, Otón regresó a la costa y descubrió que sus perseguidores, ignorantes de su identidad, se habían alejado en busca de otras víctimas. A su regreso a la orilla sólo encontró a Calónimo, que no le había querido abandonar mientras que el duque de Baviera había continuado la huida. A lo lejos los dos hombres divisaron otro grupo de jinetes árabes que se dirigía hacia ellos. Desesperado Otón se lanzó de nuevo al mar intentando alcanzar otro barco que se veía a lo lejos. Entretanto sus perseguidores habían llegado hasta la orilla y mataron de inmediato al fiel judío pero no se atrevieron a seguir al caballo de Otón, que nadaba con fuerza en dirección a la embarcación haciéndole signos para que se detuviesen. El capitán, al ver al jinete que intentaba escapar de una muerte segura, se compadeció y dio órdenes de recoger al agotado caballero. Una vez a salvo la mayor preocupación de Otón fue la de ser descubierto y llevado a Constantinopla de modo que intentó ocultar su identidad pero fue reconocido por un oficial de origen eslavo llamado Xolunta que en otro tiempo había servido a sus órdenes. Compadecido el hombre le hizo en secreto señales para que no revelase su nombre y convenció al capitán de que el jinete era un noble germano por el que podría obtener un gran rescate, pero que sería necesario dirigirse a Rossano para cobrarlo, pues allí estaba depositado el tesoro imperial. El capitán consintió en ello y al día siguiente la embarcación fondeó en el puerto para entrar en tratos sobre la liberación del cautivo. Xolunta pudo descender a tierra con el pretexto de negociar el rescate y así enviar un aviso a Teófano y al obispo de Metz. Muy pronto ambos acudieron angustiados al muelle para negociar acompañados de una larga hilera de bestias de carga que transportaban el tesoro imperial. Al ver esto el protocarabos ordenó echar el ancla para iniciar las negociaciones mientras el obispo salía en una lancha con algunos oficiales en dirección al chelandion. Los bizantinos, confiados, dejaron subir a bordo al obispo Dietrich que, bajo algún pretexto, consiguió que Otón cambiase su cota de mallas por una vestimenta más ligera. En un momento de descuido el emperador se arrojó por la borda y empezó a nadar en dirección a la costa. Un marinero intentó detenerlo pero fue muerto por Liuppo, uno de los hombres del séquito del obispo. Los griegos, repuestos de la sorpresa, intentaron iniciar la persecución pero los caballeros germanos empuñaron sus espadas y les hicieron retroceder. Simultáneamente numerosas embarcaciones salieron de la orilla cargadas de guerreros en defensa de su príncipe. Por fin Otón pudo alcanzar la orilla y fue puesto a salvo por sus hombres en medio de la desbordada alegría de todos. Fiel a su compromiso comunicó al barco bizantino que estaba dispuesto a recompensar magníficamente sus servicios, pero el capitán no se fió de la palabra de su antiguo prisionero e hizo vela de inmediato para alejarse de Rossano. Tras alcanzar la playa Otón se dirigió de inmediato a reencontrarse con Teófano. Aquí los cronistas sitúan un episodio singular: en medio de la alegría del encuentro y alterada por las angustias padecidas la emperatriz hizo comentarios desdeñosos sobre la valía de los ejércitos germanos, lo que provocó el furor de Otón y una disputa entre ambos esposos, la única seria durante su matrimonio, que provocó un distanciamiento durante meses de lo que puede dar muestra indirecta la evidencia de que hasta el mes de julio del año siguiente el nombre de la emperatriz no apareció al lado del de su esposo en los diplomas imperiales.De inmediato Otón abandonó Rossano y se dirigió a Cassano adonde llegó antes de acabar el mes de julio. Desde allí atravesando las montañas del Mercurion pasó a tierras de Salerno el 2 de agosto y el 18 de ese mes hacía su entrada en la propia capital. Desde allí Otón marchó a Capua, la única capital lombarda en la que tenía partidarios fieles, donde invistió como nuevo príncipe a Landenulfo, cuarto hijo de Pandolfo I, y se preparó para regresar a Roma y rehacer su ejército.

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