BATALLA DE HUNAYN (628)

Todavía en la Meca, el Profeta se enteró de que las tribus de Hawâzin y Zaqîf se preparaban para combatirle, reuniendo veinte mil combatientes. Pensaban que si derrotaran a Mohammad y a Qoraysh -ya debilitada- podrían dominar la península árabe en su totalidad. Entonces, el Mensajero de Al·lâh decidió salir a su encuentro con doce mil combatientes (los diez mil con que vino desde La Medina y dos mil de los nuevos musulmanes). Emprendió esta guerra a los sesenta años de edad.
Hawâzin decidió enfrentarse a los musulmanes en un lugar llamado Hunayn, a tres días de marcha desde la Meca. Acamparon allí en un valle por el cual las fuerzas de la Meca estaban obligadas a pasar, y se escondieron detrás de los árboles y las rocas. Siendo un comandante militar de mérito, el Mensajero se dio cuenta de esta táctica y pidió a sus compañeros averiguar si había alguna emboscada en este valle. Pero parece que había cierta inclinación entre los musulmanes que estaban seguros de la victoria. El ejército musulmán que se dirigía al encuentro de Hawâzin estaba encabezado por Jâled Ibn Al-Walîd acompañado por mil caballeros. El Profeta, atento, les había enseñado avanzar hacia el valle batallón por batallón y no todos al mismo tiempo. Pues adivinaba la conspiración aunque las noticias lo negaban.
Al llegar el tercer batallón al valle, los combatientes de Hawâzin salieron de sus escondites y atacaron a los musulmanes con tanta fuerza que Jâled cayó herido y se desmayó. Los Compañeros que antes de la batalla decían: “no perderemos la guerra hoy porque combatimos con un número enorme”, se encontraron atacados por todas partes. Algunos intentaban subir el valle, otros descendían y, en medio del desorden, marchaban unos sobre otros. El Profeta , entonces empezó a gritar alto: “soy el Profeta, soy el hijo de ‘Abdulmuttalib.” Viendo el estado del ejército, el Mensajero empezó a invocar a Al·lâh diciendo: “Alah, Haz que se cumpla Tu promesa, le ruego que nos Concedas la victoria”. El primero en acudir a su encuentro fue Al-‘Abbâs que tenía una voz fuerte. Tomó las riendas del camello del Profeta y empezó a gritar: “venid al Mensajero de Alah”. Pero nadie vino. El Profeta –que los rezos y la paz de Alah sean sobre él- le dijo: “no es así ‘Abbâs, haz que se acuerden de los días victoriosos. Diles: gente del juramento de al ‘aqaba, gente del juramento del Reduán, inmigrantes, medinenses, Amigos que han memorizado la sura de Al-Baqara (La Vaca).”
La gente convocada por Al-‘Abbâs acudieron sin sus caballos que estaban incapaces de guiar en medio de la muchedumbre. Eran cientos de Compañeros que, detrás de Sa‘d Ibn ‘Ubâda, formaron un huracán alrededor del Profeta. Viendo el grupo que se formaba, los demás que habían huido empezaron a volver. El Profeta combatía con valentía hasta el punto de que su espada se rompió en su mano. ‘Alî, que tenía 33 años, cuenta que él mismo y otros compañeros se ponían detrás de él para sentirse protegidos.
Se infiltró entre la gente que rodeaban al Profeta un nuevo musulmán llamado Shayb, hijo de ‘Ozmân Ibn Talha, quien escondía entre sus prendas a un puñal con la intensión de matar al Profeta: “esta es la ocasión, hoy se acabó la magia”, pensando que todo lo anterior fue magia y hoy se acabó. Cuando estaba a punto de cometer su crimen, el Mensajero dio una vuelta hacia él diciéndole: “Shayb, te deseo el bien y tú quieres el mal para ti mismo.” El hombre quedó sacudido. El Profeta le aconsejó pedir perdón a Alah. Entonces el Profeta le preguntó: “¿Me defenderás?” “Sí”, contestó. Y en seguida, comenzó a combatir con gran valentía.
Los musulmanes triunfaron y derrotaron a Hawâzin y tomaron grandes botines que nunca habían conseguido. El Profeta empezó a distribuirlos muy generosamente a los recién convertidos y a Abû Sufyân que no pudo llevar solo su parte. Pidió que alguien lo ayudara en ello, pero Mahoma se negó diciéndole que lo lleve por sí solo ya que fue él quien lo quiso. Una lección sobre el valor del dinero cuando es mucho, uno tiene que asumir su responsabilidad.

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